29 de octubre de 1943 Por Ramón Suárez Picallo
En estos días se ha producido un extraordinario y emocionante suceso en la colonia republicana española de Santiago de Chile. Un refugiado, relativamente joven, magnífico mecánico de máquinas de linotipia, ha perdido el juicio y se dio a hacer y hablar grandes despropósitos; tan grandes, que un grupo de compatriotas y correligionarios suyos, no tuvieron más remedio que recluirlo en un Sanatorio de enfermedades mentales, iniciándose una suscripción para costearle una estancia decorosa en la Casa de Salud. Trátase de un muchacho madrileño, alegre, jovial e ingenioso, muy querido por su verba pintoresca y su ingénita cordialidad; a poco de llegar a Chile, después de los trágicos avatares de la guerra civil, se dedicó por entero a perfeccionar dos inventos de su especialidad técnica; consiguió un crédito que le permitió trabajar con cierta holgura y logró registrar el fruto de su ingenio. Como pudo, y trabajando en otros menesteres, cumplió a cabalidad sus compromisos más urgentes, como cuadra a un caballero, de mucho honor y poca hacienda, de esos que suelen decir “mi palabra vale más que una escritura”. Se le ofreció casi una fortuna por sus inventos que él rechazó olímpicamente. ¡El talento no se vende!, decía iracundo.
DULCINEA DEL TOBOSO Joven, de buena presencia, buen conversador y romántico por temperamento, no le faltó el aliciente de las simpatías femeninas en las que era singularmente afortunado. ¡Hasta que un día se enamoró! Se enamoró de verdad, perdidamente, irremediablemente, como un español de buena cepa. Con la cabeza llena de tuercas y tornillos, de cosas de precisión matemática, no supo o no quiso decir su tremenda aflicción. Sabía, o creía saber de antemano, que el objeto de su amor era, para él, un imposible. Dulcinea del Toboso, rubia, juvenil, de carne y hueso, se le aparecía como más allá de todas sus posibilidades. Y se lo calló, con sobriedad castellana, echándolo para dentro, el secreto alucinante. Se aisló de sus amigos, se hizo silencioso, y se envolvió, voluntariamente, en murrias y morriñas, ajeno por entero a todo problema de este prosaico vivir, luchar y morir. ¡Escribió versos! Leyó libros enrevesados, en busca de una salida para su atolladero sentimental. ¡Y fue para peor! ¡Vivía en la higuera!, como decían sus amigos, dando a entender que estaba fuera del mundo de las realidades tangibles. Alguien mencionó un día en su presencia un nombre de mujer. Como movido por un resorte, el hombre saltó: “Prohibo que se hable de eso. El que lo haga habrá de habérselas conmigo. ¡Quién quiera que sea, amigo, hermano o enemigo!...” E inmediatamente, comenzó a hablar de política, de democracia y de República, en un tono inusitado. Habló de las injusticias sociales de la falta de misericordia humana, del desamparo de los niños y de los viejos, con razones tan profundas y elocuentes, que sus amigos, que jamás lo vieron tan elocuente, quedaron vivamente impresionados con sus dichos y razones. LA LOCURA Solía salir a pasear, completamente solo, por los barrios más pobres de la ciudad de Santiago; un día regresó sin su hermoso reloj de plata; otro, un anochecer muy frío, llegó a la pensión sin gabardina, hasta que, una mañana, no quiso desayunar, ni almorzar y se dispuso a mudarse. Sus amigos se “amoscaron”. Le preguntaron por el reloj, por la gabardina, y, sospechando que no quería comer, por no tener dinero para pagar, y sabiendo, además, que unos días antes disponía de cierta suma considerable, quisieron saber que había sido de sus bienes: el reloj, la gabardina, sus ropas y los pesos. El interpelado abrió los brazos y, mansa y suavemente, comenzó a hablar de esta extraña guisa: -Lo di todo. La gabardina a un viejo muerto de frío, el reloj a una pobre mujer con tres niños, que me pidió limosna en el pedestal de la estatua de un héroe; los pesos –que eran poco más de mil– los repartí en una cuadra de conventillos entre niños sucios y famélicos. -¿Qué me miráis?– dijo frente a la estupefacción de los interlocutores -¿De qué os asombráis? He sido feliz tres días, mitigando dolores ajenos, como hacía Jesucristo- ¡Tres días de dicha bien valen una vida de dolores! Al invocar el nombre del Mártir del Gólgota, se exaltó más, dio a su voz entonación solemne, y afirmó después rotundamente: -Jesucristo volverá. El mundo está perdido por su ausencia. Volverá, porque si no vuelve, los hombres seguirán siendo verdugos de sus hermanos; se comen, se devoran y se matan unos a otros, mientras los niños y los viejos, que no pueden luchar, mueren de hambre y de frío. -Volverá Jesucristo. Y mientras no vuelva, yo, asumo su representación. Y aquí, donde me véis y como me véis, yo soy su representante en la tierra. Y si me apuráis mucho os digo que por lo que he sufrido, yo mismo soy Jesucristo. DIAGNÓSTICO Pacificado el hombre, admitió la presencia de un médico alienista, que le fue presentado como amigo de un amigo suyo. El galeno dictaminó algo así como una neuropsícosis de tipo místico, consecuencia de terribles convulsiones morales. Eso dijo el médico, mientras se dispusieron las cosas para internar al pobre delirante. Por algunas mejillas, que no sintieran el bien de una lágrima desde hace muchos años, rodaron las gotas salobres del agotado manantial. Las cabezas se descubrieron y alguien dijo: -Acaba de pasar, loco de remate otra vez, nuestro señor don Quijote redivivo en un hijo suyo y de su raza. Y por delante de todos los ojos desfilaron los campos resecos, polvorientos y tristes de la Mancha, todos llenos de follones y malandrines, y, en medio, la triste figura del caballero loco, invitándolos a detenerse en sus desaguisados, o a ser con él en épica y singular batalla. (Artigo publicado no xornal La Hora en Santiago de Chile, tal día como hoxe pero de...1943) que tomamos prestado do blog dedicado a Ramón Suárez Picallo |
martes, 28 de outubro de 2014
No día de San Narciso atopamos ao fillo de Don Quijote
Hai uns anos seica nun xornal chileno aparecía este curioso artigo:
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